Si visitáis Barcelona estos días y hasta Semana Santa, rápidamente os daréis cuenta de que los escaparates de las pastelerías están llenos de figuras de chocolate. Y es que la tradición manda que el lunes de Pascua los padrinos regalen a sus ahijados una mona. Con este término se denominaba tradicionalmente el rosco que se comía en esas fechas y al que siempre se añadía un huevo, originariamente un huevo duro, pero desde hace ya muchas décadas un huevo de chocolate.

Como no podía ser de otra forma, el chocolate fue imponiendo su protagonismo y actualmente las mones se han convertido en complejas figuras hechas a base de chocolate. Aunque la clásica figura con forma de huevo sigue acudiendo cada año a esta dulce cita, habitualmente las monas toman ahora la forma de algún objeto o animal, y a menudo también la de algún personaje famoso. Se decoran, además, con figuritas de plástico y con peludos pollitos.
Los pasteleros catalanes se convierten en auténticos arquitectos y artistas, y muchas pastelerías preparan, además del repertorio habitual, alguna figura especialmente monumental, que suele enviarse a las plantas de pediatría de los hospitales.

Si pasáis por la ciudad y os apetece sumaros a esta tradición —estoy convencida de que más de uno ya se ha decidido a hacerlo—, una de las pastelerías de referencia de la ciudad y con una consolidada trayectoria en el mundo del chocolate y particularmente de las mones de Pascua es la Pastelería Escribà (Les Rambles, 83, 08002 Barcelona). Otra de las míticas es, sin duda, la Mauri; en Rambla Catalunya, 103, 08008 Barcelona encontraréis la bombonería, mientras que justo en frente, en Carrer Provença, 241, 08008 Barcelona, se encuentra la granja, donde podéis sentaros a disfrutar de una buena merienda. En ambas, en estas fechas, encontraréis mones para todos los gustos.

Los amantes del chocolate que se dejen caer por Barcelona tienen una parada obligada en la calle Petritxol, un callejón del centro del barrio gótico famoso por ser el sitio donde comer chocolate con churros en Barcelona. Las dos granjas, una en cada extremo de la calle, perfuman la zona de tal forma que ningún paseante puede resistirse a una buena taza de chocolate. Se trata de dos locales clásicos y tradicionales en los que, en pleno invierno, se forman largas colas y donde los camareros trajinan continuamente tazas de espesísimo chocolate y raciones de churros y de melindros, ‘melindres’, con los que también es habitual acompañar el chocolate. Se trata de La Dulcinea (Carrer Petritxol, 2, 08002 Barcelona) y La Pallaresa (Carrer Petritxol, 11, 08002 Barcelona).

Pero si visitáis Barcelona en verano y el clima no invita a chocolate a la taza, ni la temporada a mones, siempre podéis optar por visitar algunas de las tiendas que en los últimos años han abierto en la ciudad y que están dedicadas exclusivamente al chocolate. Una de mis favoritas es Cacao Sampaka (Carrer Consell de Cent 292, 08007 Barcelona), donde sirven unas bebidas frías de chocolate que sientan estupendamente en verano. Otra que os puede resultar útil para hacer una parada para repostar energías mientras visitáis el centro es la Bubó (Carrer de les Caputxes, 10, 08003 Barcelona), especializada en bombones.

Y para que no nos acusen de glotones, una parada de índole más cultural, pero igualmente dulce, es el museo del Chocolate: sí, existe y está en Barcelona. Se encuentra en el Born, en un antiguo convento, y es un tributo a la profesión y el arte de la pastelería y la chocolatería.
Lo dicho: si os gusta el chocolate, Barcelona es vuestra ciudad.